30 marzo, 2013

CRISTIANISMO Y LITERATURA


ENTREVISTA A JAVIER GARCÍA GIBERT
"En parte el cristianismo es un
éxito de la literatura"

Hablar con Javier García Gibert de su libro “Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición” (Marcial Pons, Madrid, 2010) es sentarse frente al espejo del ser humano al desnudo. Sociedad, política, religión, ciencia, filosofía; todo desde un prisma que nos recuerda que otra realidad -también otra realidad interior- es posible. “Para llegar a ser hombre no basta con nacer hombre. Ya lo dijo Píndaro, llega a ser el que eres, el que de verdad tienes la potencialidad de ser. Llega a ser un hombre. ¿Uno nace y por el hecho de nacer ya tiene todos los derechos?, -se pregunta a sí mismo el autor-. No, -se responde-. Llegar a ser hombre es la meta. No puedes creerte con derecho a todo sin haberte currado nada”.

Sobre el viejo humanismo es un ensayo que repasa, desde la antigua Grecia hasta el siglo XX, la tradición humanística. Desde Platón, Cicerón, San Agustín, Dante, Petrarca (el primer humanista moderno), Montaigne o Erasmo hasta las reflexiones humanísticas del siglo XX; a través de la descripción de los rasgos esenciales de esa tradición, y de los movimientos que, falsamente, se han apropiado del nombre y han traicionado la idea, su autor recuerda la existencia del canon humanístico por encima de los nuevos ‘humanitarismos’ que ahora lo desvirtúan.

Su libro se titula “Sobre el viejo humanismo”. ¿Qué es el viejo humanismo?
Es la tradición de una larga sabiduría -no es ciencia ni filosofía, es sabiduría vertida por escrito para el ennoblecimiento ético, estético y espiritual del ser humano. Aunque recibe una importante savia catalizadora de la tradición judeo-cristiana (a ello dediqué mi anterior libro Con sagradas escrituras. Diez ensayos de literatura bíblica), los orígenes del “viejo humanismo” están en la cultura grecolatina.

¿Qué defiende esta tradición?
Lo primero que defiende es una premisa: la libertad de juicio, la necesidad de pensar libremente; por eso se aleja de lo políticamente correcto, de las instituciones, de las universidades, de los teólogos o de los científicos. Ya lo dijo Sócrates a través de Platón, los conocimientos científicos no tienen nada que ver con la mejora ética del hombre. Tampoco sirven de mucho las ideologías, que son poner un uniforme prestado e igualador a las ideas. El viejo humanismo se centra en el ser humano y clama por el autoconocimiento; los humanistas no dan tanta importancia a los hechos exteriores como a los interiores

Dicho esto, son varios los principios en los que se fundamenta el viejo humanismo, pero como punto de partida yo hablaría de sus presupuestos antropológicos: dignidad del hombre y libre albedrío. Dignitas hominis  y miseria hominis, es decir, todo ser humano es un ser de dos caras complementarias: nobleza y miseria, potencialidad infinita y limitación evidente. Como decía Pico della Mirandola tenemos el libre albedrío para elevarnos hasta lo angélico o descender hasta lo animal. Porque la condición de ser humano hay que trabajársela, no viene adquirida. Elegimos.

Sin embargo, hoy en día, con los nuevos ‘humanitarismos’ las miserias parecen siempre circunstanciales, vienen de fuera y culpamos al contexto; el hombre es bueno y la civilización lo ha hecho malo, eso es muy rousseauniano. Las miserias pertenecen al ser humano y debemos aceptar lo que el ser humano tiene de limitado, de miserable. No es exactamente la culpabilidad como concepto judeocristiano, es sencillamente aceptar nuestra condición.

Ha mencionado la tradición judeo-cristiana. ¿Hay humanismo en el cristianismo?
En el Antiguo Testamento no tiene cabida el humanismo como tal, ya que el hombre no es el centro, sino Dios. Sin embargo en los textos bíblicos del Nuevo Testamento sí se vislumbra. “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (De la Buena Noticia de Jesús de Nazaret San Marcos 2,23-28). Esto ya es algo humanista. O la afirmación de que “Lo que entra por la boca no hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca” (Mateo 15, 10-20). Es en el interior donde están la bondad y la pureza, y esto sí es humanista; es lo que el hombre lleva dentro lo que le va a salvar o le va a condenar.

¿Qué tienen en común la tradición cristiana y la tradición humanista?
Principalmente comparten el componente estético, aunque también existen otras similitudes. Todos los humanistas escriben muy bien, y La Biblia contiene obras maestras desde el punto de vista literario y humano. El estilo no es sólo estética, es ética; esto ya lo decía Cicerón. Escribir bien es una responsabilidad.

En La Biblia, por ejemplo, “El libro de Job” es de una potencia casi Shakesperiana. La historia de Saúl, el primer rey judío, es una tragedia increíble; o las tres mujeres bíblicas, Ruth, Esther y Judith, que son tres arquetipos de mujer. Y lo que hay de poesía en algunos profetas, en algunos salmos, como el 137, o en los evangelios.

Los textos bíblicos son muy cálidos, incluso más que los griegos o los latinos, más cercanos que la Ilíada. La diferencia es que en el caso del cristianismo, los evangelios están tan mediatizados por las interpretaciones a veces en exceso rutinarias que es casi imposible leerlos con ojos nuevos, pero son historias alucinantes. Gran parte del sorprendente éxito de una secta como la de los cristianos son esos textos. En parte el cristianismo es un éxito de la literatura. 

¿Qué más cruces de caminos existen entre ambas tradiciones?
El cristianismo y el viejo humanismo comparten ciertas posturas “opuestas” a las que defienden los nuevos humanitarismos. Estos hablan de libertad a todas horas, mientras los humanistas hablamos de libre albedrío, que es un concepto teológico católico. Dios no ha dado ninguna naturaleza sino la libertad interior para actuar, para elegir un camino: la libertad de condenarse y salvarse. Es la libertad que nadie te puede quitar.

Actualmente en la sociedad se habla de libertades públicas y libertades exteriores, pero que no se nos escape un detalle importante: un hombre con plena libertad exterior puede ser un esclavo interiormente. En la sociedad actual nada parece venir del interior, es más, todo son derechos y se nos llena la boca con esta palabra como en un constante acto de rebeldía, porque se piensa que el derecho lo tengo yo y la obligación me viene de fuera. ¡Es al contrario! En realidad la obligación sale de dentro y el derecho te lo conceden. La obligación no es una losa, porque ¿qué ennoblece al ser humano, la exigencia de un deber o la ostentación de un derecho? Es el deber lo que te ennoblece, eso lo tenían muy claro los viejos humanistas, que nunca hablaban de derechos, sólo de aspiración y necesidad de justicia.

En la tradición humanista lo importante son los deberes, sin embargo los humanitarismos sólo nos hablan de los derechos.  

¿Shakespeare era humanista?
No. Shakespeare es, a su pesar, un agente de la disolución. La literatura humanística está hecha para consolar pero sin engaños, llevándonos por los cauces de superación, de las dudas, de las frustraciones que todos tenemos. Shakespeare no te consuela, Shakespeare te deja a la intemperie. A mí me parece un genio porque está libre de todo, pero también lo está de la tradición humanística. Él comenzó a disolver una tradición y abrió el mundo a la modernidad.

Cervantes, por ejemplo, era un gran humanista. Y San Agustín, quien hablaba de conocer a Dios dentro de ti mismo, y si no te conoces a ti mismo no vas a conocer a Dios, porque Él está fuera, no está dentro. Ese autoconocimiento es absolutamente humanista.

Dice que Shakespeare abrió el mundo a la modernidad. ¿Ser humanista es ser conservador?
Sí, si bien ser conservador no implica no evolucionar, ser conservador es conservar lo valioso y discriminar lo esencial y permanente de lo accesorio y de lo superficial. La noción de progreso empieza a surgir a partir del SXVI o XVII con los avances científico-técnicos y se entroniza en los siglos XVIII y XIX, pero para el viejo humanismo este progreso exterior –que es admirable desde un cierto punto de vista- no tiene demasiado interés. Lo importante no es el común progreso exterior sino la perfectibilidad singular de cada individuo; y esta capacidad de perfeccionamiento no se transmite de generación en generación, es tarea de cada uno a lo largo de su vida.

Maria Luisa Lucas
(peridista independiente)

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